Aideen
La negra noche le
rodeaba, sentía cientos de ojos que le observaban siguiendo cada uno de sus
movimientos. En su vida había visto una noche tan oscura. Levantó la mirada
hacia el cielo, buscando con anhelo la cara de alguna estrella. “Nada”, un
cielo igual de negro lo arropaba, ni siquiera veía algún vestigio de la luna, “¿acaso
esta también se había escondido? Quizás la oscuridad de esta noche también le
asustaba”
De pequeño Aideen
siempre había asistido a campamentos de verano, había sido un buen chico scout,
hasta que decidio dejar de ser bueno. Se salió de los Boys Scout, se acabó el
ayudar a cruzar ancianitas… Bueno, lo de las ancianitas nunca fue cierto, eso
era más televisión que otra cosa. Ellos acampaban, hacían juegos y actividades
al aire libre, actividades benéficas y otras de recolección para el club.
Siii, en definitiva
esos fueron otros días… La cuestión en estos momentos es que en todas las veces
que él fue a acampar –y esas veces fueron bastantes como para recordarlas-
nunca había visto que la noche fuese una mancha de oscuridad que te rodeara, te
cubriera y que pisaras. No había un solo rayito de luz que le sirviese para
guiarse, ni siquiera podía ver donde pisaba o si acaso existía un suelo más
adelante dónde su pie se posara firmemente.
Si no fuese por la mano
que lo guiaba hace mucho rato que se hubiese puesto a temblar como un cachorro
abandonado bajo la lluvia. No porque él estuviese abandonado como ese perro o
porque le temiese a la oscuridad; él no le temía a la noche ni a la oscuridad;
él le temía a “esa noche y a esaaa oscuridad”. Existía un solo motivo por el
cual él le tenía pavor, porque era la misma noche de sus pesadillas, de sus
sueños más locos, esos en dónde aparecían las peores criaturas que viviesen en
las imaginaciones de todo hombre, hasta peor que aquellas que habitaban la
mente de un escritor loco.
Esa mano que ahora lo
guiaba era su salvavidas, su confort, la luz que ahora lo mantenía firme y
seguro. Una mano pequeña, frágil a juzgar por las apariencias y más fuerte de
lo que cualquiera pensaría. Y Aideen podría ser muchas cosas, pero algo que no
era es un tonto, así que sabía que la única razón por la que esa mano sostenía
la suya era porque no había de otra. Si en otras circunstancias a él se le ocurriera
tan siquiera rozar esos dedos, era cien por ciento seguro que terminaría
acostado sobre su espalda en un cerrar de ojos, y no llegaría al suelo de una
manera delicada. No, lo más seguro es que le crujiría la espalda al caer.
Llevaban más de una
hora caminando, desde que salieron de la cueva; la cueva en la que despertó y
se vio sumergido en esta locura. Antes de salir, el tal Aki le había dado una
capa negra, de un material suave y delicado parecido a la más fina seda –tan desconcertante
comparándolo que el aura que reflejaba Aki que no podía imaginar verlo usándolo.
A Cat también la habían cubierto con una igual, que ha juzgar por el tamaño debía
de ser de la chica. Sin embargo ellos no llevaban otra cosa que esas piezas de
cuero que le cubrían el cuerpo, al menos la chica puesto que Aki sólo vestía lo
que parecía ser un pantalón; mostrando la espalda desnuda cubierta solo de sus
cicatrices y por lo que Aideen suponía, sin el menor pudor o vergüenza de ellas.
Ahora mismo, Aki
comenzaba a agradarle un poco, no era el síndrome de Estocolmo ni nada de eso,
tan solo consideración hacia el hombre que llevaba a su amiga con la mayor
delicadeza posible, lo más delicado que se pudiese ser tomando en cuenta que la
llevaba al hombro como si fuera un saco de papa. Pero hombre, tenía que ser honesto
y admitir que después de todo el tiempo que llevaban caminando -sin detenerse
ni para un suspiro de descanso- Aki seguía manteniendo a Cat cubierta con la
capa y en la misma posición inicial, con la mano posada sin apretar sobre su espalda.
Así que sí, a juzgar por eso Aki estaba siendo un hombre delicado, aunque otra
cosa sería la que opinase Cat cuando despertará. Deseaba estar presente cuando
lo hiciera porque se venía una bien grande.
Los pies de Aideen ya
se estaban rindiendo. Desde que se despertará sin recordar como ni por qué Cat
y él estaban aquí, se sentía como si él cuerpo le perteneciese a otro, no reconocía
sus músculos ya que estos no le querían obedecer. “Un paso más” se decía a cada
minuto, no sabía a dónde rayos de dirigían, pero sólo le importaba dejar atrás esta
oscuridad, y si para eso tenía que poner su vida en esta pequeña mano, pues que
así fuera.
Si fuera otro estaría
preguntando que tan siquiera le dijeran en donde estaba, o si faltaba mucho
para llegar a cualquier lugar dónde fuera que lo llevasen, pero era él y no otro
por eso no preguntaba, sin contar que al principio lo intento, y esos dedos -que
ahora lo rodeaban con firmeza pero sin lastimarlo- lo habían apretado tan
fuerte que por un momento creyó que quebraría sus dedos, así que entendió a la
perfección que no era el tiempo de preguntas, no necesitó más aclaración, con
esa la bastó para mantenerse calladito. Como él siempre le decía a Cat “Calladita
te ves más bonita”.
Iba reflexionado en
todo eso cuando de súbito se detuvieron, tan rápido que perdió el paso y
termino estrellándose contra la espalda de la chica.
¿Pero
qué demo…? No había terminado de formular la pregunta en su
mente cuando se vio empujado contra el suelo, acostado sobre su estomago. Aki
sin perder tiempo coloco el bulto que era Cat en esos momento, aun lado suyo. Llevándose
un dedo grandísimo a los labios le señalo que se mantuviera en silencio.
Aideen, recordándose que
no era ningún tonto, asintió con un movimiento casi imprevisible de la cabeza.
Aki lo capto sin ninguna
dificultad. Sabía que Aideen debía tener cientos de preguntas que dispararle,
pero debía de sentir el peligro para decidir haberse quedado callado y acatar
las órdenes que le estaba dando. Antes de darse la vuelta le indico por medio
de señas que sin importar qué, no se
levantara ni se quitase la capucha. Aún con capucha y todo sería imposible
evitar que viese lo que sucedería a continuación, pero el deber de Aki era
evitar que lo lastimaran, no el evitar que sus ojos se abrieran a su nueva
realidad.
Abrazando fuertemente
el cuerpo inconsciente de Cat, Aideen mantuvo su cabeza cubierta. Sus ojos abiertos
en expectación, vieron como Aki junto a la chica de cabellos blancos, interponían
sus cuerpos ante lo que estuviese a punto de aparecer.
Su corazón se aceleró,
sus palpitaciones eran tan rápidas y fuertes que las sentía zumbar en sus oídos.
Intento casi sin éxito tranquilizar su respiración. Fuera lo que fuera que
viniese no debía ser bueno cuando Aki de repente saco de un lateral de su pantalón
un pequeño cuchillo; apretó algún dispositivo o botón por que el pequeño chuchillo
de pronto era una enorme espada azul brillante.
Aparto la mirada del
arma y la dirigió hacia donde venia una bola de luz amarilla con velocidad dirigiéndose
a ellos. Fue en ese momento que entendió porque había logrado ver la cara de
Aki cuando este le había dado las indicaciones. La noche que había sido antes sólo
oscuridad estaba ahora alumbrada por un resplandor tenue que iba haciéndose mayor
a medida que la bola de luz se acercaba.
Aideen cerró los ojos
con fuerza pensando que quizás de ese modo podría hacer que todo desapareciese
y regresara con Cat al parque o hasta a la ruidosa fiesta de Alaina, cualquier
cosa con tal de no estar aquí. Su intento de escape fue imposible, aún con los
ojos cerrados la luz traspasaba sus parpados apretados.
La luz se hizo tan
brillante que sentía quemarle la piel a través de la capa y la ropa que lo
cubría. Así como la luz se había encendido con la potencia de miles de focos alumbrándolos,
se apagó y se llevo con ella el calor.
No sabía por qué, pero
Aideen apostaba su mayor tesoro a que eso sólo había sido la antesala a lo que
se venía. Había sido el gran preludio, el opening para el show del año.
Si les había llegado la
hora final, se juró que iba a disfrutar de tener el primer lugar en la premier.
Con determinación abrió los ojos, no estaba en su casa, no estaba en la fiesta,
ni estaba en ese parque, pero estaba aquí y ahora, tenía a Cat a su lado y
debía de cuidar de los dos. Aún también le importaba esos dos que los habían
secuestrado ya que sin titubear se habían interpuesto entre el peligro y ellos.
Aki se mantenía en la
misma posición, de espalda a ellos y con la pose de un guerrero listo para el
ataque. La luz había desaparecido regresando la negrura a la noche, pero la
espada de Aki refulgía azul dando un vistazo del cuerpo del hombre. A su lado,
los cabellos blancos de la mujer se mecían ante el suave viento que antes Aideen
no había notado pero que ahora traía consigo susurros de bajos gemidos y grito
ahogados. Deslizo la mirada por el cuerpo de ella, su espada esta erguida, las
piernas levemente separadas, sus manos empuñaban cadenas del mismo material brillante
que la espada de aki; le rodeaban varias veces las muñecas y terminaban arrastrándose
en el suelo.
De repente el viento
que antes era leve, aumento en potencia;
los gemidos ya no eran bajos y los gritos ahora salían con estrepito. Hojas y
polvo fueron levantados del suelo y se estrellaban contra sus cuerpos. Los
guerreros que los protegían no parecieron notar el cambio en el ambiente; concentrados
en lo que el viento traía empezaron a agitar sus armas.
Aki, batió su espada de
un lado a otro mientras que su compañera se distancio unos pasos considerables
y empezó a mecer las cadenas dando vueltas alrededor de su cuerpo. Era un baile
hermoso –si fuese en otra ocasión y no en este- ver como el brillo azul que emitían
las cadenas danzaban alrededor del pequeño cuerpo.
Pasados unos segundos
Aideen pudo darse cuenta que el movimiento de las armas estaba creado su propio
viento; ondas de aire que se arremolinaban entorno a ellos, enfrentándose a los
sonidos que traía la otra corriente de aire. Era una lucha de voluntades entre el
silencio de los remolinos de aire provocados por las armas de luz azul contra los
gritos que el otro viento traía.
Por un momento el
silencio de la luz azul ganó. Aki detuvo el batir de su espada y adopto una
pose mortal dando a entender que lo que estaba por venir sería el punto decisivo.
Las cadenas no
perdieron su baile, en cambio parecieron aumentar la rapidez de sus pasos. Iban
tan rápido que parecían haber desaparecido y en su lugar estaba una energía
azul que rodeaba al cuerpo de su dueña. El largo cabello flotaba por encima de
su cabeza, las blancas hebras empezaron a emitir destellos de luz blanca que
combinaba a la perfección con la energía azul. Era increíble y hermoso, si Aideen
moría hoy se irían con la imagen más maravillosa que sus ojos hubiesen visto. Parecía
una diosa a punto de impartir castigo. Con un grito salvaje que prometía dolor
lanzo la cadena de su brazo izquierdo hacia al frente y la de la derecha hacia
ese mismo lado.
Las cadenas cortaron la
oscuridad a medida que caían. Se escucho un lamento agudo seguido de un grito
en respuesta que demandaba venganza.
Con su grito vikingo,
Aki salió corriendo adentrándose en la oscuridad. Su cuerpo fue absorbido por
las sombras. En vez de ir en su ayuda la chica de las cadenas ocupo su lugar, poniéndose
ella como barrera entre ellos y el mal que los retaba.
-Pase lo que pase,
escuches lo que escuches y veas lo que veas… No te muevas, no emitas ningún sonido.
Ahora comienza lo bueno –fue la única advertencia que dio justo antes de que
comenzara la peor de las pesadillas de Aideen.
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