CAPÍTULO 04

lunes, 2 de abril de 2012



Aideen

La negra noche le rodeaba, sentía cientos de ojos que le observaban siguiendo cada uno de sus movimientos. En su vida había visto una noche tan oscura. Levantó la mirada hacia el cielo, buscando con anhelo la cara de alguna estrella. “Nada”, un cielo igual de negro lo arropaba, ni siquiera veía algún vestigio de la luna, “¿acaso esta también se había escondido? Quizás la oscuridad de esta noche también le asustaba”

De pequeño Aideen siempre había asistido a campamentos de verano, había sido un buen chico scout, hasta que decidio dejar de ser bueno. Se salió de los Boys Scout, se acabó el ayudar a cruzar ancianitas… Bueno, lo de las ancianitas nunca fue cierto, eso era más televisión que otra cosa. Ellos acampaban, hacían juegos y actividades al aire libre, actividades benéficas y otras de recolección para el club.

Siii, en definitiva esos fueron otros días… La cuestión en estos momentos es que en todas las veces que él fue a acampar –y esas veces fueron bastantes como para recordarlas- nunca había visto que la noche fuese una mancha de oscuridad que te rodeara, te cubriera y que pisaras. No había un solo rayito de luz que le sirviese para guiarse, ni siquiera podía ver donde pisaba o si acaso existía un suelo más adelante dónde su pie se posara firmemente.

Si no fuese por la mano que lo guiaba hace mucho rato que se hubiese puesto a temblar como un cachorro abandonado bajo la lluvia. No porque él estuviese abandonado como ese perro o porque le temiese a la oscuridad; él no le temía a la noche ni a la oscuridad; él le temía a “esa noche y a esaaa oscuridad”. Existía un solo motivo por el cual él le tenía pavor, porque era la misma noche de sus pesadillas, de sus sueños más locos, esos en dónde aparecían las peores criaturas que viviesen en las imaginaciones de todo hombre, hasta peor que aquellas que habitaban la mente de un escritor loco.

Esa mano que ahora lo guiaba era su salvavidas, su confort, la luz que ahora lo mantenía firme y seguro. Una mano pequeña, frágil a juzgar por las apariencias y más fuerte de lo que cualquiera pensaría. Y Aideen podría ser muchas cosas, pero algo que no era es un tonto, así que sabía que la única razón por la que esa mano sostenía la suya era porque no había de otra. Si en otras circunstancias a él se le ocurriera tan siquiera rozar esos dedos, era cien por ciento seguro que terminaría acostado sobre su espalda en un cerrar de ojos, y no llegaría al suelo de una manera delicada. No, lo más seguro es que le crujiría la espalda al caer.

Llevaban más de una hora caminando, desde que salieron de la cueva; la cueva en la que despertó y se vio sumergido en esta locura. Antes de salir, el tal Aki le había dado una capa negra, de un material suave y delicado parecido a la más fina seda –tan desconcertante comparándolo que el aura que reflejaba Aki que no podía imaginar verlo usándolo. A Cat también la habían cubierto con una igual, que ha juzgar por el tamaño debía de ser de la chica. Sin embargo ellos no llevaban otra cosa que esas piezas de cuero que le cubrían el cuerpo, al menos la chica puesto que Aki sólo vestía lo que parecía ser un pantalón; mostrando la espalda desnuda cubierta solo de sus cicatrices y por lo que Aideen suponía, sin el menor pudor o vergüenza de ellas.

Ahora mismo, Aki comenzaba a agradarle un poco, no era el síndrome de Estocolmo ni nada de eso, tan solo consideración hacia el hombre que llevaba a su amiga con la mayor delicadeza posible, lo más delicado que se pudiese ser tomando en cuenta que la llevaba al hombro como si fuera un saco de papa. Pero hombre, tenía que ser honesto y admitir que después de todo el tiempo que llevaban caminando -sin detenerse ni para un suspiro de descanso- Aki seguía manteniendo a Cat cubierta con la capa y en la misma posición inicial, con la mano posada sin apretar sobre su espalda. Así que sí, a juzgar por eso Aki estaba siendo un hombre delicado, aunque otra cosa sería la que opinase Cat cuando despertará. Deseaba estar presente cuando lo hiciera porque se venía una bien grande.

Los pies de Aideen ya se estaban rindiendo. Desde que se despertará sin recordar como ni por qué Cat y él estaban aquí, se sentía como si él cuerpo le perteneciese a otro, no reconocía sus músculos ya que estos no le querían obedecer. “Un paso más” se decía a cada minuto, no sabía a dónde rayos de dirigían, pero sólo le importaba dejar atrás esta oscuridad, y si para eso tenía que poner su vida en esta pequeña mano, pues que así fuera.

Si fuera otro estaría preguntando que tan siquiera le dijeran en donde estaba, o si faltaba mucho para llegar a cualquier lugar dónde fuera que lo llevasen, pero era él y no otro por eso no preguntaba, sin contar que al principio lo intento, y esos dedos -que ahora lo rodeaban con firmeza pero sin lastimarlo- lo habían apretado tan fuerte que por un momento creyó que quebraría sus dedos, así que entendió a la perfección que no era el tiempo de preguntas, no necesitó más aclaración, con esa la bastó para mantenerse calladito. Como él siempre le decía a Cat “Calladita te ves más bonita”.

Iba reflexionado en todo eso cuando de súbito se detuvieron, tan rápido que perdió el paso y termino estrellándose contra la espalda de la chica.

¿Pero qué demo…? No había terminado de formular la pregunta en su mente cuando se vio empujado contra el suelo, acostado sobre su estomago. Aki sin perder tiempo coloco el bulto que era Cat en esos momento, aun lado suyo. Llevándose un dedo grandísimo a los labios le señalo que se mantuviera en silencio.

Aideen, recordándose que no era ningún tonto, asintió con un movimiento casi imprevisible de la cabeza.

Aki lo capto sin ninguna dificultad. Sabía que Aideen debía tener cientos de preguntas que dispararle, pero debía de sentir el peligro para decidir haberse quedado callado y acatar las órdenes que le estaba dando. Antes de darse la vuelta le indico por medio de señas que sin  importar qué, no se levantara ni se quitase la capucha. Aún con capucha y todo sería imposible evitar que viese lo que sucedería a continuación, pero el deber de Aki era evitar que lo lastimaran, no el evitar que sus ojos se abrieran a su nueva realidad.

Abrazando fuertemente el cuerpo inconsciente de Cat, Aideen mantuvo su cabeza cubierta. Sus ojos abiertos en expectación, vieron como Aki junto a la chica de cabellos blancos, interponían sus cuerpos ante lo que estuviese a punto de aparecer.

Su corazón se aceleró, sus palpitaciones eran tan rápidas y fuertes que las sentía zumbar en sus oídos. Intento casi sin éxito tranquilizar su respiración. Fuera lo que fuera que viniese no debía ser bueno cuando Aki de repente saco de un lateral de su pantalón un pequeño cuchillo; apretó algún dispositivo o botón por que el pequeño chuchillo de pronto era una enorme espada azul brillante.

Aparto la mirada del arma y la dirigió hacia donde venia una bola de luz amarilla con velocidad dirigiéndose a ellos. Fue en ese momento que entendió porque había logrado ver la cara de Aki cuando este le había dado las indicaciones. La noche que había sido antes sólo oscuridad estaba ahora alumbrada por un resplandor tenue que iba haciéndose mayor a medida que la bola de luz se acercaba.

Aideen cerró los ojos con fuerza pensando que quizás de ese modo podría hacer que todo desapareciese y regresara con Cat al parque o hasta a la ruidosa fiesta de Alaina, cualquier cosa con tal de no estar aquí. Su intento de escape fue imposible, aún con los ojos cerrados la luz traspasaba sus parpados apretados.

La luz se hizo tan brillante que sentía quemarle la piel a través de la capa y la ropa que lo cubría. Así como la luz se había encendido con la potencia de miles de focos alumbrándolos, se apagó y se llevo con ella el calor.

No sabía por qué, pero Aideen apostaba su mayor tesoro a que eso sólo había sido la antesala a lo que se venía. Había sido el gran preludio, el opening para el show del año.

Si les había llegado la hora final, se juró que iba a disfrutar de tener el primer lugar en la premier. Con determinación abrió los ojos, no estaba en su casa, no estaba en la fiesta, ni estaba en ese parque, pero estaba aquí y ahora, tenía a Cat a su lado y debía de cuidar de los dos. Aún también le importaba esos dos que los habían secuestrado ya que sin titubear se habían interpuesto entre el peligro y ellos.

Aki se mantenía en la misma posición, de espalda a ellos y con la pose de un guerrero listo para el ataque. La luz había desaparecido regresando la negrura a la noche, pero la espada de Aki refulgía azul dando un vistazo del cuerpo del hombre. A su lado, los cabellos blancos de la mujer se mecían ante el suave viento que antes Aideen no había notado pero que ahora traía consigo susurros de bajos gemidos y grito ahogados. Deslizo la mirada por el cuerpo de ella, su espada esta erguida, las piernas levemente separadas, sus manos empuñaban cadenas del mismo material brillante que la espada de aki; le rodeaban varias veces las muñecas y terminaban arrastrándose en el suelo.

De repente el viento que antes era leve, aumento en  potencia; los gemidos ya no eran bajos y los gritos ahora salían con estrepito. Hojas y polvo fueron levantados del suelo y se estrellaban contra sus cuerpos. Los guerreros que los protegían no parecieron notar el cambio en el ambiente; concentrados en lo que el viento traía empezaron a agitar sus armas.
Aki, batió su espada de un lado a otro mientras que su compañera se distancio unos pasos considerables y empezó a mecer las cadenas dando vueltas alrededor de su cuerpo. Era un baile hermoso –si fuese en otra ocasión y no en este- ver como el brillo azul que emitían las cadenas danzaban alrededor del pequeño cuerpo.

Pasados unos segundos Aideen pudo darse cuenta que el movimiento de las armas estaba creado su propio viento; ondas de aire que se arremolinaban entorno a ellos, enfrentándose a los sonidos que traía la otra corriente de aire. Era una lucha de voluntades entre el silencio de los remolinos de aire provocados por las armas de luz azul contra los gritos que el otro viento traía.

Por un momento el silencio de la luz azul ganó. Aki detuvo el batir de su espada y adopto una pose mortal dando a entender que lo que estaba por venir sería el punto decisivo.

Las cadenas no perdieron su baile, en cambio parecieron aumentar la rapidez de sus pasos. Iban tan rápido que parecían haber desaparecido y en su lugar estaba una energía azul que rodeaba al cuerpo de su dueña. El largo cabello flotaba por encima de su cabeza, las blancas hebras empezaron a emitir destellos de luz blanca que combinaba a la perfección con la energía azul. Era increíble y hermoso, si Aideen moría hoy se irían con la imagen más maravillosa que sus ojos hubiesen visto. Parecía una diosa a punto de impartir castigo. Con un grito salvaje que prometía dolor lanzo la cadena de su brazo izquierdo hacia al frente y la de la derecha hacia ese mismo lado.

Las cadenas cortaron la oscuridad a medida que caían. Se escucho un lamento agudo seguido de un grito en respuesta que demandaba venganza.

Con su grito vikingo, Aki salió corriendo adentrándose en la oscuridad. Su cuerpo fue absorbido por las sombras. En vez de ir en su ayuda la chica de las cadenas ocupo su lugar, poniéndose ella como barrera entre ellos y el mal que los retaba.

-Pase lo que pase, escuches lo que escuches y veas lo que veas… No te muevas, no emitas ningún sonido. Ahora comienza lo bueno –fue la única advertencia que dio justo antes de que comenzara la peor de las pesadillas de Aideen.

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